“¿Quién tiene prioridad en un cruce
de miradas?”, pensaba, mientras un rayo de sol acariciaba su
rostro. Su corazón latía fuerte queriendo salírsele del pecho,
esperando con emoción volver a verle en aquel mismo banco de siempre
y con su sonrisa de siempre.
Sentada, repasaba en su cabeza las palabras que había preparado en casa y, con los ojos cerrados, llenaba sus pulmones de aire y coraje para cuando él apareciese por su esquina.
Y así fue. Él llegó y se sentó en su mismo banco de siempre,y le sonrió, como siempre. Ella se levantó y dio unos titubeantes pasos a su encuentro, pero, a medio camino, su valor subió al cielo, evaporado, y escapó presa del pánico.
Llegó el invierno y con él los días de chaqueta y lluvia. Cayeron las hojas de los árboles del parque y los días de sol pasaron a ser un efímero recuerdo. Ella volvió cada día, pero él no volvió a pisar su esquina.
Y así vivió de ilusión, y así murió de tristeza.
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