martes, 20 de abril de 2010

Risk.

Yo estaba allí, y lo vi. Los cuatro se sentaron en torno a una mesa redonda y desplegaron un gran mapa. Bebían pequeños sorbo de sus copas mientras discutían algo... No sé qué... Sólo vi que señalaban continuamente el mapa, poniendo pequeñas figuritas sobre él. En cierto modo parecía que incluso se lo tomaban a broma, me dio la sensación de que no eran demasiado amigos.

Lo recuerdo como si fuera hoy... Había uno vestido de francés, de estos de traje de chaqueta y mocasines, al que creo que le dolía algo el estómago, pues constantemente se llevaba la mano a esa zona. A su lado se sentaba un hombre que olía a aristocracia de la alta, mas no una aristocracia europea, sino asiática. De rasgos mongoles, un fino bigote y una larga barba blanca hacían que pareciese inofensivo; aún así, desde que entró en la sala pidió que se le llamase el mejor acero, nada acorde con su aspecto. El tercer hombre llevaba una túnica que rememoraba mejores tiempos de Grecia, según dijo, regalo de un antiguo maestro, filósofo reconocido. Apuesto y varonil, bastante musculoso, era el más tranquilo de todos, aunque no daba el brazo a torcer. Tenía gracia de palabra y unos pensamientos bastante más profundos que el resto, supongo que herencia de su maestro. Por último estaba un hombre bajito, moreno y de ridículo bigote que daba saltos para hacerse ver. No sé que hablaba sobre una raza superior, todos altos y rubios... Creo que no lo escuché demasiado bien porque parecía que él era el malo.

Al cabo de un rato pareció que llegaban a un acuerdo, recogió cada uno sus muñequitos y se fueron por la misma puerta por la que habían entrada. Se veían caras de frustración, pero también deseosas de poder y gloria. Caras que hubiera mostrado el más célebre conquistador.

Esas caras me aterrorizaron. Me fui temblando, presuroso por llegar a casa y meterme en cama, sin pararme a recibir un saludo. Todavía hoy al pasar por delante de aquella sala veo gente sentada observando un gran mapa... Mas nunca más podré atreverme a asomarme a la puerta.