miércoles, 27 de febrero de 2013

María


Siento tan pesada carga en mi cuerpo que ni entiendo cómo todavía sigo en pie, pero aquí estoy de nuevo, plasmando penas en un blanco y sacándolas de mi ser. El tiempo no me cambia, pero aunque no tenga remedio, nunca pondré fin a este sentimiento. Es vida.


María lloraba desolada, sin un hombro en el que descargar sus lágrimas y su alma. Había fracasado, en todo, y lo peor, ella sabía que así era. Poco a poco su mundo se venía abajo y ella no había hecho nada por remediarlo, y ahora, arrepentida, dejaba escapar sus lágrimas con la esperanza de así ahogar sus penas o de que al menos le diesen tregua. Pobre diablo.
Siempre se había esforzado en ser una pieza más de este destartalado sistema, pero era demasiado diferente para ello, y ya había invertido demasiado tiempo en sandeces y vanalidades, era la hora de actuar. Ella lo sabía, igual que yo hoy lo sé.
Levantó la cabeza y abrió los ojos.


Es increíble, ¿verdad? Lo extraordinaria que una mente puede ser. Pero aún más increíble lo es a veces por ordinaria.
Yo no soy una máquina de escribir. Y, a decir verdad, espero no serlo jamás. Un escritor no es una máquina de escribir, o al menos no debería serlo.
Y menos yo. Basta que esperes algo de mí para que no sea capaz de cumplir. Es así, no puedo explicar el por qué porque ni yo mismo lo sé, pero es así. No esperes nada por mi parte y nunca te defraudaré, siempre daré más, pero en el momento en que esperes algo... huye, huye.
Muchas veces me cuesta cumplir conmigo mismo, demasiadas, diría, como para cumplir con el resto.
Qué más da, quien me conoce sabe cómo soy y que no se me puede cambiar, pero también sabe que soy cristalino como el agua pura.



Se secó las lágrimas, peinó un poco su alborotada melena con la mano, y se puso en pie. Se prometió no volver a mancillar sus rosadas mejillas, y se fue.

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