domingo, 19 de mayo de 2013

Inconcluso.


En este cuento no esperéis encontrar brujas ni dragones, castillos encantados ni encantadores príncipes; pero sí hay una hermosa princesa, un sapo, y mucha magia.

Y es que en su historia hay más tragedia que alegría, porque ella es una princesa de carne y hueso... Pero su suerte pronto va a cambiar, pues la magia todo lo puede y un mago con mis poderes no puede quedarse quieto ante tal injusticia. "¿Qué poderes?", os preguntaréis. Pues es fácil y sencillo, difícil es aprenderlo. Y es que no, yo no soy un mago al uso, soy un mago cuyo poder proviene de una de las magias más antiguas: la pabra; y mi magia reside en que yo soy el escritor y, por tanto, yo decido el final.

Parece simple, ¿verdad? Bueno, he de reconocer que en el fondo no lo es tanto... Hace falta mucho más que una tirita para curar un corazón roto. Pero bueno, empecemos por el principio:

No me quedó demasiado claro de si ella miraba el mar o el mar la miraba a ella, sólo sé que mi corazón latía más rápido, más fuerte y más violentamente de lo que las olas rompían bajo sus pies. La naturaleza es sabia y le rendía pleitesía, no como otros habían hecho antes.

¿Antes? Ups, perdón, reconozco que he empezado mi crónica por la mitad, simplemente es que confío en que lo anterior nunca más tendrá importancia. Continúo:

Había tormenta, y eso era un alivio para ella. "Ya que no puedo dejar de llorar, al menos que se disimulen mis lágrimas", pensaba. El tiempo le había hecho demasiado daño, estaba encadenada al frío pasado y ya no tenía fuerzas para liberarse de sus grilletes. Y se arrodilló. Yo sufría por ella, verla así, entregada, ver como su luz interior se apagaba poco a poco... Pensé en ofrecerle mi ayuda pero creo que no era lo que ella querría. Casi estaba decidido a dejarla con sus penas, la miré por última vez buscando una despedida muda cuando... "HELP!" Allí estaba, escrito en la arena. No se había rendido, guardaba sus fuerzas mientras pedía ayuda.

Corrí a su lado a darle un abrazo, rompí los pesados eslabones y...

¿Sabéis qué? No me apetece que esta historia sea tan corta, el final os lo cuento otro día. 

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