lunes, 31 de diciembre de 2012

Cuestión de talento.

Ebrio después de haber bebido tanta tinta, vomito líneas metiendo los dedos en el teclado. Y así me va.

 Hoy no escribo, espiro sentimientos; no pienso, sudo grandes ideas. El alcohol es lo que tiene, te vuelve vulnerable y débil, y de nuevo en caído en la red de los mecanismos.

 Máquinas anestesiadas son las que veo cada día en las calles, mentes infectadas de podredumbre y desidia ante la vida cuya máxima aspiración es ver un nuevo día en el que todo se repite. Y yo me niego.

 Creo que en la cadena de montaje han fallado porque mi procesador no funciona como el resto, y ahí se pudra todo y todos, sigo con mi carburante a medio gas y el momento del sprint todavía no se acerca.

 Hay tiempo, y las peores decisiones siempre son las que se toman aceleradamente. Calma. No todo está perdido. Sólo tras la muerte todo está perdido.

 Y si queréis rezad, rezad, pero aquí el único Dios que existe soy yo. Yo soy mi Dios, eso lo tengo claro, y tú deberías ser el tuyo. Y, por cierto, si es verdad que yo soy Dios, no esperéis compasión, pues no la habrá.

 Estoy pensando en lo que me debe el cielo y es hora de que alguien pague. Quizá mis errores no todos fueron míos y mi futuro se presente mucho más claro de lo que lo veo, porque sino alguien deberá de rendirse ante mí. Y pienso cobrar los intereses.

 Me limpio la suciedad que se acumula debajo de las uñas después de deambular entre la triste mugre preparando el momento de mi reconocimiento, porque sé que lo habrá, y es conveniente estar siempre preparado. Salto al vacío en un arrebato de locura, estrellando mi cráneo contra el suelo.

 Y sé que eso es lo que queréis demasiados, pero no me veréis caer de nuevo. Acordaros de hoy, de mí, y de mi sitio. Ya no sabéis quién soy.

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