viernes, 30 de diciembre de 2011

Como el sol.

Las nubes se arremolinan removidas con cuchara mientras lloran suavemente, pretendiendo que nadie se percate. Es todo un espectáculo para la vista. Para la mía, digo, que he logrado apartar mis manos y ver más allá, aún más, al distorsionado infinito.
Sus saetas giran contrarias porque algún loco se lo ha ordenado; y no miro a nadie. Quién fue capaz nadie lo sabe; pero quien quiso pudo, y sin demasiado ahínco. No necesitó demasiada fuerza de voluntad, sólo la suficiente para volar e inclinarse al borde de un abismo llamado Universo. Después, todo se complica.
Sangre saliendo de las cuencas tras conocer el verdadero horror, el óbito de las mentes, la auténtica hecatombe. Y delante, una fácil huída junto a una difícil decisión: el regreso al infierno velado o una vida funambulista sobre su filo. Y un constante por qué.

La respuesta acertada se oculta mientras millones forman el frente, ambicionando satisfacer las urgencias de incautos y no tan incautos. Conocen su poder, y no necesitan armas letales para mostrarlo. Maquilladas bajo recias máscaras de ideales pueden conquistar el mundo, muy a mi pesar. Sin sentir la palabra “créculo”, los esclavos arrastran la carga con una sonrisa de complicidad.

Agito mis alas.

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